miércoles, 10 de septiembre de 2008

señales... o quizá no


Las pequeñas cosas son las que nos abren los ojos. Un trozo de papel escrito hace mucho tiempo, el reflejo del sol en un cristal, la sombra que proyectamos al pasear bajo el sol..¿Señales o azar? No lo sé pero la verdad es que, a veces, si las escuchas crean un antes y un después. Pero, ¿qué pasa si no sabes quién eres ni lo que intentan decirte? ¿qué pasa si no eres consciente de si lo que crees ver es real? Yo no sé si veo o sólo imagino un mundo que traspasa mi piel y sale de mi cuerpo, proyectado ante mis ojos como una ilusión de lo que podría ser y no es. Puede que ahora mismo sólo sea como una hoja arrastrada por el viento irrefrenablemente o puede que en mi interior sepa precisamente a donde voy, planeando sobre el mundo en una corriente de aire. Ojalá pudiera hablar conmigo y entender si voy o me llevan.

martes, 2 de septiembre de 2008

bocetos irreales


No puedo decir nada. No creo que sea capaz de mover mareas con mi voz ni de levantar tempestades con mi cuerpo. Mi mente no se siente privilegiada más que por momentos, segundos en los que le embarga la sensación de estar destinada a algo que los demás no ven.

Pero sólo son momentos, que se apagan como una llama tras ser azotada por el viento. Nunca he sabido distinguir qué está vivo y qué muerto en mi recuerdo. Vivo a base de sueños construidos sobre bocetos de realidades y no puedo reconocer las caras de mis inventos entre los rasgos de las verdades.
Sé que miro por el espejo pero nunca sé qué yo es la que vale, por qué calles me deslizo o qué mano es la que me lleva por el buen camino.

burbujeo

goteo de tiempo, bullir de vapor sobre la ciudad y en mi cama yo mirando al infinito que me deja tras de ti un sabor a café y limón burbujea mi cabeza y en mi suelo fotos y ropa manchadas por el tiempo, el tiempo que cae sobre mi almohada y me pinta los ojos de un ayer con ansias de futuro. por suerte a veces el mañana le gana al pasado, por suerte a veces las gotas no me salpican los labios que tu me mojas no se quien eres ni que quieres pero paras el tiempo que me ahoga

lunes, 1 de septiembre de 2008

silencio


Silencio. Me dices que me calle y la ira se queda en mi espalda.
Silencio. Me dices que me calle y de pronto ya no siento nada.
Silencio. Y tu rutina se choca conmigo y me aparta,
me aparta del camino en el que un día me abrazabas.
Silencio. Me entra por el oído y se envuelve en mi garganta.
El silencio que se me escapa por la boca…desterrada.

Es lo que puedo oír, lo que puedo decir…es el silencio.
El silencio, mi único consuelo.
E imaginar que te digo que te quiero y me dices
que soy lo primero. Imaginarme un beso y un abrazo que nunca fue nuestro.
No es cierto, es sólo silencio.

Silencio. Me dices que me calle y la ira se queda en mi espalda.
Silencio. Me dices que me calle y de pronto ya no siento nada.
Silencio es lo que me das, nunca nadie me dio más,
es el silencio.
El silencio de la vida, el silencio de la herida que tú me has abierto.

lunes, 25 de agosto de 2008

otoño


El otoño era una época que siempre le había gustado. Ella lo veía más bien como una sensación, algo que convertía su corazón en hoja seca mirando a un pasado que se arrastraba por las baldosas. Todas las mañanas, en plena madrugada, dejaba que el frío cortara sus labios y afilara su rostro. Con los ojos húmedos y la cabeza alta, miraba lejana al mar que tantas veces la había acompañado con el rumor de sus olas en las noches vacías de manos y abrazos.

Nadie entendía cómo una mujer tan mayor podía soportar las lluvias y los vientos del norte sentada en una piedra de su jardín, de mañana a noche. El sol a penas doraba su piel; como una Reina de las Nieves, sólo dejaba que el frío la envolviera, remarcando el borde de sus blancas arrugas hundidas en los recuerdos.

Dicen que lo hacía porque tenía frío el corazón, envuelto por una capa de miedo que había aparecido con los años, creada por cada golpe, por cada grito y cada lamento. Quizá fuese verdad o quizá sólo se sintiese sola en un mundo creado para dos. Si alguna vez amo, nunca se supo; pero en el fondo todos sabían que vivía de un desamor nacido con su primer lloro en el seno de su madre, todos reconocían en su mirada el estigma de quien siempre ha sabido que jamás sería feliz.

domingo, 24 de agosto de 2008

B

Una mirada profunda acompañada de un gesto sincero me abren la puerta de la casa. "No sé si me recuerdas pero yo a ti sí", digo avergonzada, con miedo de que mis ojos se reflejen en los suyos y pueda verme el alma. "Claro que me acuerdo de ti" y se ríe mientras suspira; es una risa sincera y nostálgica, la prueba de que no siempre he sido invisible. Avanzo por el pasillo hasta el salón, con mis hombros caídos por el peso de los recuerdos. Más de mil libros y figuras de madera traídas del fin del mundo nos rodean y aislan nuestra conversación del exterior, transportándonos a un espacio en el que sólo estamos los dos. Han pasado cuatro años y aún me sigue impresionando su porte, su forma de moverse y su sencillez. B es un hombre mayor, de unos 70 años -o incluso más-, pero su voz no demuestra signos de cansancio sino la historia de una vida en la que aún no está escrita la última página. Pienso que quiero ser como él, y tener siempre ganas de reescribir la novela que formo con cada palabra y cada movimiento. B sirve ron añejo en dos copas de cristal iguales y hablamos durante horas recostados en dos sofás iguales, el uno frente al otro. Reímos tristes y lloramos alegres, conversamos de la vida y de la muerte, de su trabajo, de mi carrera, de su soledad, de la mía. Lo escucho absorta y él me atiende interesado; creo que en otra vida, quizá seríamos la misma persona. B ha hecho siempre lo que ha querido -y lo sigue haciendo- pero no deja que ello le obligue a mantener una visión elevada de la vida; la humildad es su seña de identidad, a pesar de que tendría razones para olvidársela en el cajón de la mesilla. Lo miro, atenta a cada sílaba, absorviendo cada enseñanza que me hace llegar de su boca a mi mente. Aunque podría, su tono no es mayestático sino cercano y cálido. "Nunca olvides vivir en el mundo, no dejes que la necesidad de admiración te corrompa", me dice como pensando en alto. Y yo me doy cuenta de que B es una de esas personas únicas a la que he tenido la suerte de conocer. "No dejes que te corrompa" resuena en mi mente una y otra vez. Me alejo de su casa y de su vida, quizá no nos volvamos a cruzar pero siempre recordaré a un hombre que siempre estaba dispuesto a escribir sú última página.

la vida es bella

lunes, martes, miércoles, jueves...viernes. crees que el fin de semana es diferente pero todo sigue igual. te levantas frotándote los ojos como cada mañana pensando que tienes el mismo sueño, los mismos problemas y las mismas preocupaciones. Piensas que todo eso se irá cuando lleguen las vacaciones, pasen los examenes, te compres ropa, vayas a esa exposición a la que querías ir. pero entonces, llegan, pasan, compras, vas y sigues levantándote con los ojos llorosos y una sensación de vacío acompañada del pequeño sabor que deja la esperanza de que lleguen de nuevo las vacaciones, pasen otra vez los examenes, compres más ropa o vayas a otra exposición. Pero de pronto, un día caminando por la calle, un pequeño empujón te despierta del sueño al que estabas sometida por la vida adulta. Un niño se aleja corriendo y comienza a girar y girar sobre si mismo mientras sus amigos lo observan emocionados. Y dejas de verlo para mirarlo, detenidamente, curiosa por esa carcajada sincera que hace tiempo no oías. Ríen como hace mucho que no reías, sin peros, sin qué pasará luego, sin envidias. sólo ríen, sin más. entonces lo miras y, mientras él gira, tus ojos se llenan de lágrimas y sonríes como ya no recordabas que pudieras hacerlo: sin más.

historia de un marsupial que creía ser persona

Esta historia empieza una mañana de domingo, muy muy temprano, cuando una joven se despereza en su cama atenta a la señal del reloj que le indica que son las ocho. La pequeña Ann-get Jones –si pongo Bridget me demandan- entreabre un ojo mientras increpa mentalmente a su despertador por la exactitud de su funcionamiento.
Evitando caer en la mediocridad que supone levantarse a su hora, prefiere dejar que su cuerpo repose unos minutos más para poder así afrontar con más fuerzas el nuevo día que le espera.
Una hora más tarde, sus ojos abandonan las respectivas cuencas que les dan cobijo. Obviando su amago de infarto, decide ponerse en marcha para intentar remontar el mal comienzo del día con buen humor. Con un ataque de parkinson resultado de ducharse en invierno sin calefacción alguna, acude a la cocina para desayunar, donde comprueba que sus intentos de ser una persona normal no están dando sus frutos: el café está por todas partes excepto dentro de la cafetera y el pan está demasiado negro para ser comestible. Por último, un enorme pelo negro asoma su cabeza en las aspas de la batidora que acaba de usar para hacerse una mezcla de tomate y aceite, mezcla que no resulta tan apetecible tras saber que ha sido aderezada con restos capilares de alguno de los habitantes de la casa. Con la elegancia de una dama de la nobleza francesa, abandona corriendo la cocina mientras tapa con las manos su boca, para intentar que el café sea el único líquido que moja la cocina y evitar que las arcadas desemboquen en un problema mayor.
Con los ojos llorosos del esfuerzo que supone contener una necesidad fisiológica de ese calibre, baja de su casa –por las escaleras, ya que el ascensor no se encuentra operativo desde hace casi una semana-, compra el periódico –que trae un bonito dvd de una colección que pretende empezar, sabiéndose una futura gran cineasta- y se dirige a su horrible destino, en una minúscula y tétrica biblioteca sacada de una peli de Calle 13 o del Foro de la Familia –que viene siendo igual de terrorífico-. Sin embargo, aunque los estudiantes caseros crean que las nueve de la mañana del día del Señor es buen momento para comenzar la jornada laboral, las ratas de biblioteca son conscientes de que llegar a esa hora a una biblioteca pública es como sentarse en el cine cuando salen los créditos. La pobre Ann-get, una ilusa creyente en la justicia divina, se imagina llegando mientras la bibliotecaria le espeta: Querida Ann-get, tu sitio habitual está listo, con todo el café que puedas beber y todos los subrayadores que puedas necesitar. Ay, cuán hermosa visión. Pero un frío húmedo despierta a Ann-get de sus ensoñaciones: la botella de agua que tan afanosamente había rellenado unos minutos atrás se ha derramado por todo el bolso, mojando agenda, móvil e incluso sus pantalones, que se asemejan a los de un niño con incontinencia. Rauda y veloz, trata de salvar el máximo de objetos, olvidando que uno de ellos es un imperdible abierto, que se le clava en el dedo para colmo de sus desgracias.
Con el pantalón mojado, el dedo dolorido, el sabor a vomito en su boca y sin tiempo de haberse peinado -descripción que la convierte en posible protagonista de “Esta casa es una ruína”-, escucha resignada que no quedan sitios en la biblioteca y confirma por enésima vez en el día que la vida es injusta.
Cabizbaja, sube los cinco pisos hasta su casa, sorteando el rastro de agua de las escaleras que claramente marca su anterior dirección de bajada. Se sienta en su cama, respira hondo y rebusca entre sus cosas la película-regalo que trae el periódico para intentar consolarse con algo positivo, cuando descubre estupefacta que no es un clásico del cine –como ella pensaba- sino la primera entrega de “Cuarto Milenio”, un programa que le apasiona tanto como los documentales de mandriles de La2.
Consciente de su derrota, a Ann-get sólo le queda confesar públicamente su mala suerte, para purificar su aura. Y mientras escucha “Tales of girls and boys and marsupials” – de The Wombats- se da cuenta de que su este cuento no va de una chica sino de un mero marsupial que aspira a sobrevivir en la era moderna.

Los niveles del mundo

Un domingo, decidió aislarse del mundo. Ya había visto suficiente, quería saltar en marcha del giro planetario imparable. Así que fue a casa y, mirando a los lados para evitar ser descubierta, pulsó el botón de centrifugado de la lavadora. Un leve ruido acompañó el movimiento de la pared, que se abría para dejar paso a su escondido secreto.
Atravesó lentamente la línea en la que antes se encontraba la pared y la vio. Allí estaba: su enorme bola de cristal, transparente e impoluta. Con una libreta y un boli en la mano, abrió la puerta y se sentó dentro. Observó detenidamente el panel de control; tenía que recordar el funcionamiento porque hacía mucho tiempo que lo había creado.
Apretó el botón rojo. La puerta se cerró y la bola se elevó hasta el techo de la habitación. Un cartel luminoso rezaba "elija nivel".
El primer nivel elevaba la bola hasta lo alto del edificio, para observar Madrid al completo y tomar nota del comportamiento de la gente desde su cómodo sofá en el interior del círculo acristalado. Pulsó el 1 y se acomodó con una bolsa de palomitas mientras apuntaba lo que hacían niños, jóvenes y ancianos por las calles y casas de la ciudad. "Mmmm, no lo encuentro interesante...la gente corre agobiada de un lado para otro, a penas hablan entre si, gritan, se enfadan...no me gusta lo que veo".
Y pulsó el segundo nivel. La bola se elevó tanto que podía ver España. Las playas, los pueblos de interior, las islas, sur y norte...a pesar de las diferencias entre regiones, la gente seguía comportándose igual: insultos, peleas, discusiones, envidias.
Pulsó entonces el 3, elevándose por encima de las nubes para poder contemplar desde un punto estratégico cada casa, calle y acera de Europa. Y luego el 4 para ver el mundo mundial entero. Curiosamente, a pesar de que pensaba que las diferencias serían abismales, la gente seguía siendo corriendo; nadie se paraba a mirar el sol para no llegar tarde al trabajo.
Tras un tiempo observando cada nivel, pasaba al siguiente en busca de emoción, pero nada. Decidió que nada de lo que veía le gustaba. Y fue ese instante en el que le dió al mayor de los botones del panel: el 5, el universo.
Han pasado ya cinco años de esto. Desde entonces, nunca más supimos de ella ni de su bola de cristal. Puede que haya encontrado un planeta más interesante que observar. O puede que, visto lo visto, prefiera la soledad.

Con ron

Sentada, con mi cuerpo hundido en los almohadones, sintiendo cómo me pesan los músculos, los huesos, las venas, los pulmones, el corazón...más pesado a cada trago de ron. Me aferro a la copa con todas mis fuerzas, agarrándome a mi último enlace a esta realidad, la última oportunidad de seguir respirando sin derrumbarme a cada segundo que se me parte el alma.
Mis labios rozan el cristal mientras acaricio el alcohol con la lengua, despacio, como si te lamiera el cuerpo palmo a palmo. El hielo me toca y pienso en sacarlo del vaso, y pasarlo por todos tus rincones, notando cómo te estremeces con cada movimiento que hago. Echo la cabeza hacia atrás y noto cómo me da vueltas. Sé que nada de lo que haga puede cambiar el pasado, que lo que estoy haciendo no cambiará el futuro, que será lo que tenga que ser y, por un instante, me abandono a la locura que supone soñar despierta. Soñarme amada, deseada y feliz, soñarme gritando de placer y soñarte gritando conmigo.
Intento levantarme del sofá pero una fuerza me lo impide. Me dejo llevar y me hundo todavía más, dejando mi cuerpo a merced del fuego que le brota de dentro. Un trago más y se acabó, me digo. Pero ya no soy yo y me arrastra algo más fuerte que el amor: el instinto.