domingo, 24 de agosto de 2008

B

Una mirada profunda acompañada de un gesto sincero me abren la puerta de la casa. "No sé si me recuerdas pero yo a ti sí", digo avergonzada, con miedo de que mis ojos se reflejen en los suyos y pueda verme el alma. "Claro que me acuerdo de ti" y se ríe mientras suspira; es una risa sincera y nostálgica, la prueba de que no siempre he sido invisible. Avanzo por el pasillo hasta el salón, con mis hombros caídos por el peso de los recuerdos. Más de mil libros y figuras de madera traídas del fin del mundo nos rodean y aislan nuestra conversación del exterior, transportándonos a un espacio en el que sólo estamos los dos. Han pasado cuatro años y aún me sigue impresionando su porte, su forma de moverse y su sencillez. B es un hombre mayor, de unos 70 años -o incluso más-, pero su voz no demuestra signos de cansancio sino la historia de una vida en la que aún no está escrita la última página. Pienso que quiero ser como él, y tener siempre ganas de reescribir la novela que formo con cada palabra y cada movimiento. B sirve ron añejo en dos copas de cristal iguales y hablamos durante horas recostados en dos sofás iguales, el uno frente al otro. Reímos tristes y lloramos alegres, conversamos de la vida y de la muerte, de su trabajo, de mi carrera, de su soledad, de la mía. Lo escucho absorta y él me atiende interesado; creo que en otra vida, quizá seríamos la misma persona. B ha hecho siempre lo que ha querido -y lo sigue haciendo- pero no deja que ello le obligue a mantener una visión elevada de la vida; la humildad es su seña de identidad, a pesar de que tendría razones para olvidársela en el cajón de la mesilla. Lo miro, atenta a cada sílaba, absorviendo cada enseñanza que me hace llegar de su boca a mi mente. Aunque podría, su tono no es mayestático sino cercano y cálido. "Nunca olvides vivir en el mundo, no dejes que la necesidad de admiración te corrompa", me dice como pensando en alto. Y yo me doy cuenta de que B es una de esas personas únicas a la que he tenido la suerte de conocer. "No dejes que te corrompa" resuena en mi mente una y otra vez. Me alejo de su casa y de su vida, quizá no nos volvamos a cruzar pero siempre recordaré a un hombre que siempre estaba dispuesto a escribir sú última página.

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