Esta historia empieza una mañana de domingo, muy muy temprano, cuando una joven se despereza en su cama atenta a la señal del reloj que le indica que son las ocho. La pequeña Ann-get Jones –si pongo Bridget me demandan- entreabre un ojo mientras increpa mentalmente a su despertador por la exactitud de su funcionamiento.
Evitando caer en la mediocridad que supone levantarse a su hora, prefiere dejar que su cuerpo repose unos minutos más para poder así afrontar con más fuerzas el nuevo día que le espera.
Una hora más tarde, sus ojos abandonan las respectivas cuencas que les dan cobijo. Obviando su amago de infarto, decide ponerse en marcha para intentar remontar el mal comienzo del día con buen humor. Con un ataque de parkinson resultado de ducharse en invierno sin calefacción alguna, acude a la cocina para desayunar, donde comprueba que sus intentos de ser una persona normal no están dando sus frutos: el café está por todas partes excepto dentro de la cafetera y el pan está demasiado negro para ser comestible. Por último, un enorme pelo negro asoma su cabeza en las aspas de la batidora que acaba de usar para hacerse una mezcla de tomate y aceite, mezcla que no resulta tan apetecible tras saber que ha sido aderezada con restos capilares de alguno de los habitantes de la casa. Con la elegancia de una dama de la nobleza francesa, abandona corriendo la cocina mientras tapa con las manos su boca, para intentar que el café sea el único líquido que moja la cocina y evitar que las arcadas desemboquen en un problema mayor.
Con los ojos llorosos del esfuerzo que supone contener una necesidad fisiológica de ese calibre, baja de su casa –por las escaleras, ya que el ascensor no se encuentra operativo desde hace casi una semana-, compra el periódico –que trae un bonito dvd de una colección que pretende empezar, sabiéndose una futura gran cineasta- y se dirige a su horrible destino, en una minúscula y tétrica biblioteca sacada de una peli de Calle 13 o del Foro de la Familia –que viene siendo igual de terrorífico-. Sin embargo, aunque los estudiantes caseros crean que las nueve de la mañana del día del Señor es buen momento para comenzar la jornada laboral, las ratas de biblioteca son conscientes de que llegar a esa hora a una biblioteca pública es como sentarse en el cine cuando salen los créditos. La pobre Ann-get, una ilusa creyente en la justicia divina, se imagina llegando mientras la bibliotecaria le espeta: Querida Ann-get, tu sitio habitual está listo, con todo el café que puedas beber y todos los subrayadores que puedas necesitar. Ay, cuán hermosa visión. Pero un frío húmedo despierta a Ann-get de sus ensoñaciones: la botella de agua que tan afanosamente había rellenado unos minutos atrás se ha derramado por todo el bolso, mojando agenda, móvil e incluso sus pantalones, que se asemejan a los de un niño con incontinencia. Rauda y veloz, trata de salvar el máximo de objetos, olvidando que uno de ellos es un imperdible abierto, que se le clava en el dedo para colmo de sus desgracias.
Con el pantalón mojado, el dedo dolorido, el sabor a vomito en su boca y sin tiempo de haberse peinado -descripción que la convierte en posible protagonista de “Esta casa es una ruína”-, escucha resignada que no quedan sitios en la biblioteca y confirma por enésima vez en el día que la vida es injusta.
Cabizbaja, sube los cinco pisos hasta su casa, sorteando el rastro de agua de las escaleras que claramente marca su anterior dirección de bajada. Se sienta en su cama, respira hondo y rebusca entre sus cosas la película-regalo que trae el periódico para intentar consolarse con algo positivo, cuando descubre estupefacta que no es un clásico del cine –como ella pensaba- sino la primera entrega de “Cuarto Milenio”, un programa que le apasiona tanto como los documentales de mandriles de La2.
Consciente de su derrota, a Ann-get sólo le queda confesar públicamente su mala suerte, para purificar su aura. Y mientras escucha “Tales of girls and boys and marsupials” – de The Wombats- se da cuenta de que su este cuento no va de una chica sino de un mero marsupial que aspira a sobrevivir en la era moderna.