lunes, 25 de agosto de 2008

otoño


El otoño era una época que siempre le había gustado. Ella lo veía más bien como una sensación, algo que convertía su corazón en hoja seca mirando a un pasado que se arrastraba por las baldosas. Todas las mañanas, en plena madrugada, dejaba que el frío cortara sus labios y afilara su rostro. Con los ojos húmedos y la cabeza alta, miraba lejana al mar que tantas veces la había acompañado con el rumor de sus olas en las noches vacías de manos y abrazos.

Nadie entendía cómo una mujer tan mayor podía soportar las lluvias y los vientos del norte sentada en una piedra de su jardín, de mañana a noche. El sol a penas doraba su piel; como una Reina de las Nieves, sólo dejaba que el frío la envolviera, remarcando el borde de sus blancas arrugas hundidas en los recuerdos.

Dicen que lo hacía porque tenía frío el corazón, envuelto por una capa de miedo que había aparecido con los años, creada por cada golpe, por cada grito y cada lamento. Quizá fuese verdad o quizá sólo se sintiese sola en un mundo creado para dos. Si alguna vez amo, nunca se supo; pero en el fondo todos sabían que vivía de un desamor nacido con su primer lloro en el seno de su madre, todos reconocían en su mirada el estigma de quien siempre ha sabido que jamás sería feliz.

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